Costa Rica

Autor: Alejandra Araya
Ilustración: Frank Bready Trejo
Infografía: Yordán Somarriba

Golpes que llegan al corazón

A mediados de mayo de 2020 Estela[*] llegó a las puertas de una de las principales organizaciones que atiende a víctimas de violencia intrafamiliar en Pérez Zeledón, llamada Casa de la Mujer, tras escapar de la violencia que sufrió por años y que se agudizó en la cuarentena. Como ella son muchas las mujeres que sufrieron cuando quedaron atrapas en casa junto a su agresor

Forzadas a ceder a la violencia, mujeres lidiaron con sus agresores para evitar quedarse en la calle

En Costa Rica se contabilizan seis feminicidios confirmados hasta el 17 de junio de 2020, según cifras de la Subcomisión Interinstitucional de Prevención del Feminicidio, de un total de 32 muertes de mujeres ocurridas en esa fecha

San José – En medio de la crisis sanitaria más fuerte de los últimos 100 años que llevó a las familias a permanecer en casa para proteger su salud, sigue aumentando el riesgo a la integridad física, psicológica, sexual y de la propia vida de las mujeres en Costa Rica por las medidas de aislamiento que las mantiene con parejas y familiares que han convertido sus vidas en un infierno.

Así lo revela la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), máxima institución rectora en salud pública del país que entre enero y abril de 2020 recibió 2.700 manifestaciones de violencia en sus clínicas, hospitales y Equipos Básicos de Atención Integral en Salud (Ebais). De ellas, 80% correspondieron a mujeres.

Las estadísticas de la CCSS confirman que el grupo más vulnerable fue el de mujeres entre 10 y 19 años de edad, seguido de las mayores de 60 años. 

El confinamiento en Costa Rica inició el 18 de marzo, tan solo en ese mes se atendieron 685 casos a nivel médico y para abril la cifra disminuyó a 391 cuando muchos hospitales estaban cerrados.

La mayoría de esas manifestaciones de violencia ocurrieron en la Región Central Sur, seguida de la Central Norte y en tercer lugar Huetar Norte. Aquí es importante mencionar que las regiones Central Sur y Central Norte tienen mayor densidad poblacional y presentan un número más alto en la cantidad de registros.

Mariela Víquez Ramírez, administradora de la ONG Casa de la Mujer, ubicada en Pérez Zeledón, zona sur de Costa Rica, reconoce que el tipo de violencia más frecuente en cuarentena fueron las agresiones físicas y luego las psicológicas.

Los reportes diarios de abusos sexuales dentro de las parejas, muy frecuentes en Costa Rica, también fueron una tendencia en confinamiento, de acuerdo con Wendy Solís, psicóloga clínica de la Casa de la Mujer.

“Las pacientes indican que aunque dijeron que ‘no’ han tenido que cumplir en materia sexual, porque el hombre ‘está estresado, está molesto’. Así, forzadas a tener relaciones, muchas tienen miedo a denunciar porque cuando se realiza un proceso legal se notifica al agresor. Las víctimas prefieren quedarse calladas buscando una solución, asesorándose por otros medios que desconozca su pareja. Sus agresores les hacen creer que ellas son las culpables”, expresó la especialista, quien diariamente atiende casos de agresión en la zona sur de Costa Rica.

Con el teletrabajo o la ausencia de empleo, debido a los despidos que han realizado las empresas impactadas por la pandemia, muchas víctimas callan las agresiones. Los casos atendidos por Solís incluyen a mujeres que por miedo evitaron denunciar.

Muertes pendientes

La actualización de datos estadísticos en el Poder Judicial sobre la cantidad de mujeres asesinadas es mínima. Tampoco existe información que se tome con la debida importancia, ya que durante el confinamiento se evidenció la ausencia de medidas especiales para atender los casos, más allá de seguir con el protocolo establecido. 

De un total de 24 muertes de mujeres ocurridas hasta el 13 de mayo, la Subcomisión Interinstitucional de Prevención del Femicidio de Costa Rica solo había confirmado cinco feminicidios.

De las 19 muertes restantes, una fue excluida por la Fiscalía Adjunta de Género como feminicidio y 18 aún tampoco han recibido clasificación, pues están a la espera de los informes policiales o periciales correspondientes.

Al 17 de junio se habían registrado ya seis feminicidios confirmados por la Subcomisión Interinstitucional de Prevención del Feminicidio en Costa Rica, de un total de 32 muertes de mujeres ocurridas a esa fecha.

Darcy Araya, psicóloga del área de violencia del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) cuestiona estas cifras, debido a que la situación sanitaria en Costa Rica ha limitado la posibilidad de que las víctimas puedan pedir auxilio en caso de que estén viviendo alguna situación de violencia. El periodo de confinamiento cerró la oportunidad de realizar llamadas telefónicas o recurrir personalmente a algún servicio de ayuda para alertar, refirió.

Despojadas de su hogar

Pese a que cada vez más mujeres cuentan con independencia económica, ningunas están exentas de ser víctimas de violencia económica. De hecho, los reportes de Casa de la Mujer indican que mujeres profesionalmente activas quedaron en la calle porque sus propias parejas las sacaron del hogar.

Solís destaca que en esta coyuntura se incrementaron las presiones para que las mujeres compartieran sus claves y tarjetas bancarias con los violentadores.

“Si hay un desacuerdo o se niegan se desata la violencia física y las echan de casa. Esta situación es recurrente en mujeres mayores a 30 años o en adultas mayores, quienes ─en el mejor de los casos─ buscan refugio con sus familiares o amigos, pero que también llegan a los albergues y casas de refugio que tenemos”.

Realidad debajo de las cifras

El servicio de emergencia 911 reportó que de marzo hasta el 5 de mayo la cantidad de llamadas de auxilio por violencia intrafamiliar fue de 1.000 registros menos respecto al año pasado, es decir pasó de 27.572 a 26.531 llamadas.

No obstante, la disminución de llamadas con respecto a otros años está lejos de ser un indicativo de la reducción de la violencia en Costa Rica, más aún cuando las ONG reportan un incremento en las atenciones diarias.

La psicóloga Darcy Araya destaca que en este tiempo muchos agresores estuvieron dentro de sus casas con sus víctimas, lo que cohibió las denuncias por temor a represalias.

Raúl Morales, coordinador del área de violencia de género de la Fuerza Pública, habla de dos momentos en el tema de denuncias: primero en un escenario normal, donde las mujeres callan por temor y también por estar inmersas en el ciclo de violencia y segundo, con el confinamiento cuando es más complicado hacerlo porque tienen al agresor en casa.

Es necesario analizar también el contexto de estrés y la ansiedad derivada del COVID-19, dijo Solís, “porque el confinamiento dentro de los hogares desequilibró un rol normal de vivencia en algunos hogares”. Pero, además, “limitó la posibilidad de denunciar”, agregó Araya.

Tan solo en la Casa de la Mujer, en la zona sur de Costa Rica, recibieron en ese periodo entre 10 y 15 llamadas al día. Sin embargo, la ONG advierte que podría existir un subregistro. 

“Todo ha ido en incremento. Hay muchas llamadas que se han reportado y se han tratado por medio de las redes de apoyo y los medios de protección”, expresó Solís.

Esta posición la comparte Mariela Víquez Ramírez, presidenta de Casa de la Mujer y administradora educativa con 22 años de experiencia en el tema, quien asegura que solo de marzo a mayo se atendieron directamente 50 nuevos casos, mientras que a los juzgados llegaron casi 600.

Víquez Ramírez resalta que aunque la vulnerabilidad de las mujeres se elevó durante la cuarentena, “la agresión se vive con o sin pandemia. Muchas están dentro de sus hogares haciendo teletrabajo, a esto se le suma la atención de los niños y en muchos casos el espacio donde viven es muy reducido. También las dificultades económicas que enfrenta el país eleva aún más el estrés y con ello las expresiones de violencia”, aseguró.

ONG asumen labores del Estado

En el caso de Costa Rica el trabajo que realizan las instituciones estatales para atender el problema de la violencia en contra de las mujeres se ejecuta en red, por lo que la mayoría de los casos son coordinados por la policía, los juzgados, las instituciones estatales de ayuda y las organizaciones de la sociedad civil.

De este modo, brindan apoyo psicológico ante situaciones de emergencia para luego pasar a la parte legal. Sin embargo, y a pesar de que hay algunos albergues estatales para mujeres en riesgo, la mayoría de ellos son atendidos por la sociedad civil con recursos propios.

Conjuntamente se trabaja en monitorear las redes de apoyo, en empoderar a las mujeres y en fortalecer su independencia económica. Por ello incluso pagan un trimestre de alquiler cuando ellas han decido salir de su casa.

Sin embargo, es insuficiente con interponer la denuncia ante las autoridades judiciales o la Fuerza Pública, el acompañamiento debe ir más allá. El sistema carece de una ayuda inmediata a nivel psicológico y entonces solo se les anima a interponer la denuncia penal, pero ni siquiera se les brinda un seguimiento. En su mayoría las víctimas son referidas a organizaciones sociales.

Esa es la razón por la que las mujeres a menudo llegan por orden de la Corte a tratarse emocionalmente en lugares como Casa de la Mujer, en Pérez Zeledón, una de las 20 comunidades de Costa Rica con mayor registro de agresiones en contra de la mujer.

Impacto ante la falta de denuncias

Del total de llamadas que ingresaron al 911 entre marzo y hasta el 29 de mayo de este año, la Fuerza Pública realizó 10.093 intervenciones policiales en el sitio; mientras que en 2019 estas sumaron 10.323.

Hay otras medidas que más allá de la denuncia, también preocupan a las organizaciones de mujeres porque desamparan a la víctima. Por ejemplo, según el informe del 911 solo de enero a marzo de 2020, hubo 1.576 incumplimientos de medidas de protección de las 14.513 reportadas en el país, así lo dio a conocer Raúl Morales, coordinador del área de violencia de género de la Fuerza Pública.

Sucede muchas veces que cuando la Policía llega a la vivienda, ya pasó el episodio agudo de la violencia. Entonces, algunas víctimas que están inmersas en el ciclo se quedan sin denunciar. Esto hace difícil el cumplimiento de las medidas de protección. Falta informar a las mujeres que al enfrentar una situación de este tipo también deben presentar el caso ante el Ministerio Público.

Cifras contradictorias

Mientras el informe del 911 muestra menos denuncias durante el periodo de contingencia que en el mismo lapso de 2019, la investigación de la Fuerza Pública muestra lo contrario.

Entre marzo y abril se contabilizaron 5.570 medidas de protección y 1.185 desalojos por violencia doméstica. En este caso la víctima perdonó al agresor y él volvió a casa; además 279 hombres desobedecieron la orden de no acercarse a la víctima y 224 víctimas incluso tuvieron que cambiar de domicilio.

En la actualidad, hay una falta de control para saber si estos casos son reincidentes, es decir si corresponden a diferentes periodos donde la misma víctima lo perdona y regresa al ciclo de violencia.

Por otra parte, el informe de la Fuerza Pública indica que se han decomisado 31 armas de fuego y 18 armas blancas en el lugar de la intervención ¿Qué hubiera sucedido si los oficiales no hubieran acudido al sitio? Posiblemente la cantidad de víctimas sería mayor. Es aún más preocupante saber que las mujeres, además de ser intimidadas con golpes, también lo son con otras armas como pistolas y cuchillos que ponen en riesgo su vida e inhiben la denuncia, advierten ONG.

A la espera de justicia

El Poder Judicial emitió una directriz para el caso de pensiones alimentarias y violencia doméstica intrafamiliar, de manera que continuará el protocolo con el que se venía trabajado.

La Fuerza Pública, por su parte, canalizó 1.154 denuncias al Poder Judicial, al INAMU y a otras instancias para dar seguimiento a un hecho que podría ser de mayor cuidado.

Es llamativo el hecho de que cuando inició el registro de los datos a partir del primer trimestre de 2020, el Poder Judicial tuvo 45.960 casos activos. Al finalizar ese mismo periodo o trimestre contabilizaba 46.650, por lo que marzo terminó con más cantidad de casos que los registrados a inicios de enero 2020. Actualmente, se desconoce cuántos han sido llevados a juicio.

Durante el periodo de confinamiento de marzo a mayo se desconoce cuántos casos más ingresaron, lo que engrosaría la lista de espera, en especial cuando los juzgados estuvieron cerrados. Aunque se realizó teletrabajo hay un dato ciego que impide conocer si realmente se procesaron las denuncias, cuáles se hicieron y cuántas pasaron a formar parte de una lista de espera ya existente. Además se desconoce si realmente el Poder Judicial tiene la suficiente cantidad de trabajadores para analizar los casos o si por el contrario se labora con sobrecargo. 

El Observatorio de Género del Poder Judicial muestra estadísticas de periodos muy distantes que vale la pena también resaltar. Por ejemplo, en un análisis realizado de 2007 a 2017 detalla que 45% de los atacantes en casos de feminicidio fueron esposos y 79%, conviviente, nombre que la institución asigna a la pareja en unión libre.

Este dato confirma que el agresor está dentro de las casas y las víctimas conviven a diario con él. “La mayoría de los agresores han tenido un aprendizaje anterior, ya que ellos crecieron viendo a sus padres, a sus abuelos (…) es la repetición de un patrón”, aseveró Rízquez.

Tomados por sorpresa

La pandemia de COVID-19 tomó por sorpresa al mundo y a las 22 instancias que conforman el sistema de atención, prevención y promoción de las mujeres víctimas de violencia de género en Costa Rica, entre las que se encuentran universidades, organizaciones y conformaciones de redes locales. Raúl Morales reconoció que a algunas instituciones les faltó claridad en la atención de género durante el periodo de confinamiento.

Solís considera necesario reforzar la atención en las zonas rurales y áreas vulnerables. Aunque el centro del país da cuenta de una mayor cantidad de denuncias penales, según datos del Poder Judicial, es en las zonas ubicadas en la periferia de la Gran Área Metropolitana a donde menos llega la ayuda. La especialista propone definir líneas de atención mediante plataformas digitales, donde se pueda brindar asesoría especializada a las víctimas.

Decisiones que salvan vidas

Darcy Araya, psicóloga del área de violencia del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu), reconoce que las víctimas tienen más facilidad de pedir auxilio cuando los agresores se encuentran fuera de sus casas.

Pese a la situación actual de confinamiento, Araya recuerda que tienen a su disposición el servicio de la línea 911. También pueden recurrir a alguna persona cercana para que llame si a ellas se les dificulta, ya que es el principal medio para comunicarse con la fuerza pública, el INAMU y la Fiscalía.

La psicóloga Wendy Solís exhorta a las víctimas a llenarse de valor y tomar la decisión. “Salgan de ese silencio que las paraliza, recuerden que su decisión podría marcar la posibilidad de salvar su vida y la de sus hijos”, comentó.

Si aún temen denunciar los especialistas enfatizan que “nada justifica la violencia”, pese a las presiones económicas, arrepentimientos, presión social o de los hijos.

Una mano amiga hace la diferencia

Los expertos en violencia de género instan a las personas que están alrededor de las víctimas a tenderles una mano y convertirse en una red de apoyo que fortalezca a la víctima. Esto puede hacer la diferencia entre que permanezcan en el ciclo de violencia o den un paso definitivo para cambiar su vida.

Las víctimas que han decidido denunciar para recobrar su empoderamiento deben saber que nunca están solas. Hay instituciones que las pueden ayudar. “Es urgente que reconozcan su propia red de apoyo en familiares o amigos”, reiteró la especialista.

“Aquella mujer que ya se decidió a denunciar venza el miedo, atrévase a dar ese paso. Recurran a los servicios y póngase de acuerdo con alguna persona de confianza para que esté atenta a cualquier situación de riesgo”, expresó Solís.

Para Mariela Vízquez, presidenta de la Casa de la Mujer, es esencial que las víctimas se informen sobre lo que están viviendo e identifiquen los posibles apoyos.

Los familiares, resalta, deben mantenerse cerca, tratar de entender la situación que vive la víctima y actuar con empatía, según lo que ellas decidan hacer.

Las víctimas frecuentemente se sienten desamparadas, pero es necesario que sepan que hay instituciones en Costa Rica que les pueden ayudar para hacer frente a los problemas económicos, de vivienda, alimentación y cuidado de sus hijos.

Víquez, fundadora de una de las organizaciones más importantes del país en materia de atención inmediata a víctimas de violencia de género, señala que es clave establecer programas de ayuda a nivel social sobre la violencia contra las mujeres, porque “las mujeres fortalecidas generan un mejor núcleo familiar”.

Particularmente, crear programas que las empoderen para salir de esos ciclos de violencia que atentan contra su calidad de vida y la de sus hijos.

Corazón herido

El trato de su esposo ha empeorado desde que quedaron obligados a permanecer confinados por el COVID-19 y el decreto del gobierno de Costa Rica, del pasado 18 de marzo de 2020.

La situación la hace sentir “como lo más bajo (…) que no sirvo para nada, con la autoestima mal”, expresó Estela.

Esta madre de tres hijos sobrepasa los 50 años de edad. Narra que se casó muy joven cuando apenas tenía 17 y su esposo 24. Desde entonces ha estado al servicio de su familia y en el especial de su pareja, a quien tiene la obligación de ayudar en el trabajo de campo, pues ambos son agricultores.

Sin embargo, los abusos y la violencia que ha vivido nada nuevo tienen en la vida de Estela. Cuenta que fue abusada sexualmente por un hermano, situación que asegura desconocen sus familiares. Tampoco terminó la escuela, porque su madre la sacó para que le ayudara con las labores del hogar.

Años después, el ciclo de violencia lo viviría con su pareja. Está casi al servicio de él las 24 horas del día y durante el confinamiento se hicieron cada vez más frecuentes “las palabras ofensivas, los gritos y empujones” y sobre todo, los intentos de agredirla físicamente. Ella está sola con él, pues dos de sus hijos ya están casados y otro vive en la capital, donde estudia.

Si ya el estrés es lo suficientemente perjudicial para cualquier persona, en Estela es mucho más dañino desde que hace tres años le diagnosticaran fibromialgia (dolor en los músculos y en el tejido fibroso que puede ocasionar rigidez generalizada).

Por esa razón tuvo que reducir las labores del campo, lo que aumentó las agresiones y el maltrato por parte de su esposo. Debido a la pandemia, las ventas de los productos que ambos cultivan se han visto afectados, al igual que los ingresos en casa. Para sobrevivir, ella ha tenido que vender algunas de sus pertenencias ante la presión de su esposo.

Estela quiere romper el círculo. Buscó ayuda para enfrentar este problema y no hacerlo sola. De momento, ya tiene una cita para asistir a terapia. Tiene la esperanza de una vida mejor.


Atrapada en el espiral de la violencia

Cuando nació Lucía [*] ni su padre ni su abuela quisieron reconocerla como hija legítima. La vida en el campo, donde siempre estuvo, se hizo más dura cuando comenzaron los abusos sexuales por parte de su padre, una y otra vez.

Pasó por muchas manos que la criaron y también de quienes abusaron de ella sexualmente con la anuencia de su abuela, quien la vendía a ratos y la regaló a los nueve años. Fue natural en su vida buscar el amor en muchas parejas. La última vez fue con el padrastro de Carmen, una de las hijas de Lucía, quien cuenta su historia y la de su madre.

Tanto el papá de Carmen como sus anteriores y actual parejas han maltratado de diversas formas a Lucía, recordó Carmen con mucha tristeza. No descarta que incluso su tío, quien abusó de ella, también lo haya hecho con su madre.

Carmen es sobreviviente también de los abusos de su padrastro, la pareja en los últimos 15 años de su madre. En la cuarentena durante el mes de abril supo que su madre volvió a sufrir violencia y lo dejó. Fue un tiempo donde ambas pudieron verse de nuevo, compartir y Carmen perdonarla.

Pero hace semanas volvió a perder contacto con su madre. Su gran temor es que “haya recaído para volver a estar con él”, pues ya no le contesta los mensajes.

“Sería terrible. Solo anhelo que ella pueda estar bien algún día como yo he logrado hacerlo”, dijo Carmen, quien hoy se dedica a ayudar a otras mujeres que han sido víctimas de violencia de género.

Carmen no tiene hijos. Vive con su novio. Lucía, su madre, tuvo tres. Solo uno de ellos continúa viviendo con ella en la zona de Alajuelita, ubicada en un distrito de Costa Rica, a 20 kilómetros hacia el oeste de la capital, San José. La distancia familiar entre ambas es grande, ni siquiera pasan navidades juntas. Pero este es uno de sus anhelos, el de reencontrarse de nuevo con su madre y saber que ella, por fin, está bien.

Tú trabajas. Yo administro

En confinamiento las mujeres en Costa Rica se han visto afectadas por otras formas de violencia. En el caso de María[*] su pareja le prohibió salir a la calle. Hoy tiene en su poder todas las tarjetas de crédito y de débito de ella y maneja cada detalle de la casa.

María de 30 años de edad siente que él no lo hace como medida para protegerlos del COVID-19. Por el contrario, cree que su intención es controlarla.

En casa ella trabaja por los dos de manera remota desde que él, de 33 años, quedó desempleado. Ambos viven en unión libre y todo lo que tienen lo compraron juntos, pero desde el mes de marzo la situación se ha vuelto una pesadilla para su vida, pues se siente más vigilada que antes.

En la actualidad, María busca refugio en una de las organizaciones que se encuentran en la zona de Pérez Zeledón.

Reflorecer cuantas veces sea necesario

Antes de la violencia física contra las mujeres aparecen las humillaciones, el acoso o hasta el hecho de ser ignoradas. Con frecuencia las víctimas también son aisladas y si carecen de ingresos económicos propios, la presión es mucho peor.
Esto lo sabe muy bien Elena[*], de 38 años de edad, quien hoy está en un proceso de recuperación. Vive en la zona de Pérez Zeledón, una de las 20 áreas con más registros de casos de violencia doméstica en la cuarentena, según información de la Fuerza Pública.
Durante este tiempo asegura que sufrió maltratos por parte de su pareja. Hoy intenta reconstruir su vida, pedazo a pedazo.
“Muchas veces creemos que la violencia contra la mujer son golpes físicos. Sin embargo, existen diferentes tipos de violencia. En mi caso pasé por violencia psicológica y patrimonial hasta el punto de llegar a aislarme completamente del mundo, incluyendo mi familia. Logró convencerme de que mis amigos y compañeros de trabajo no me querían, de que todo el mundo era mi enemigo y solo él estaba a mi favor”.

Cuando Elena habla de violencia patrimonial es porque el salario que ella ganaba debía dárselo a su pareja. También tenía que asumir sus deudas. Incluso comprarle una motocicleta y maquinaria, supuestamente para su trabajo.

Por su parte, él le restringía las salidas porque eso “implicaba gastos” que ella no debía hacer. La vida durante los cinco años que esta joven vivió con él, estuvo marcada por agresiones psicológicas, pero ella no lo sabía hasta ahora.

“Eso me llevó a un deterioro total de mi mente y de mis emociones. Me afectó de tal manera que terminé internada en el Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí, en San José. Cuando salí de ahí, tuve el apoyo de médicos y organizaciones, quienes me orientaron y me advirtieron sobre lo que estaba pasando con mi vida”.

Para Elena salir de la situación de codependencia en la que se encontraba hacia su pareja fue un paso muy difícil, porque es una situación en la que “sigues y vuelves una y otra vez, a pesar del daño que te puedan estar causando. Sin darte cuenta terminas involucrada con una persona que te hunde y te manipula, a tal punto que te arrastras más en sus deudas y en esa situación. Incluso puede hasta hacerte sentir culpable, como si realmente fuera tu responsabilidad que las cosas no funcionen, pero ya no quiero estar así, no quiero rendirme”.

Elena es profesional y cuenta con un negocio propio. Tomó la decisión de separarse de su esposo, romper el ciclo de violencia y recuperar su vida, sus metas, su familia y a sus amigos de los que estuvo alejada por cinco años.

Ahora frecuenta los lugares a los que quiere ir y antes no podía. También volvió a usar faldas y vestirse como siempre quiso.

“Empecé a ver que yo valía como mujer, a darme mi estima porque cuando uno llega a pensar en un suicidio ya es bastante el dolor que estás sintiendo. No hacen falta golpes para que duela el corazón sino perder totalmente el control sobre ti”, comentó.

Como sobreviviente Elena quiere contar una historia diferente: la de una mujer que aprendió a amarse y que tiene nuevas metas. La que quiere decirles a todas aquellas víctimas, quienes piensan que no se puede salir de una agresión física o psicológica, que “nunca hay que rendirse para encontrar paz en su vida.
 
“Hay que escuchar siempre los consejos y buscar ayuda. Nunca callar el abuso“.
 

*Los nombres de las sobrevivientes que han dado sus testimonios son seudónimos que se usaron para el resguardo de su identidad.

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